Alegría por la elección de nuestro nuevo Papa Francisco
Tenemos una emoción multiplicadora
que queremos compartir con toda la comunidad y es la gran noticia de que
nuestro pastor de Buenos Aires ahora sea de toda la Iglesia. Esto nos llena de
alegría.
Acompañamos la ceremonia de inicio pontificado del Papa Francisco desde la Plaza de Mayo en la ciudad de Buenos Aires el día martes 19 de marzo.
Es un momento muy especial,
inédito e histórico. Por primera vez se ha elegido a un papa latinoamericano. Un
papa argentino que hace en vida su profunda espiritualidad.
El eminentísimo y reverendísimo
Señor Don Jorge Mario, Cardenal de la Santa Iglesia Romana Bergoglio, quien se ha
impuesto el nombre “Francisco”, nos invita a pensar en su sencillez, en la
confianza en Dios y en el testimonio evangélico con la elección tan
significativa de este nombre.
Frente a esta conmovedora
noticia, fue que cada uno de nosotros comenzó a evocar infinidad de momentos
compartidos con nuestro querido pastor. Tan cercano a los ciudadanos de Buenos
Aires y también a nuestro colegio.
Compartimos algunos momentos
vividos junto con nuestros alumnos.
Celebraciones eucarísticas.
El bautismo de nuestra alumna de 5to año en el asentamiento de la estación
Federico Lacroze.
Grupo de alumnos del Compañía luego de una Misa de Inicio de clases en
la Catedral de Bs As.
Carta del Card. J. M. Bergoglio al comenzar el año de la Fe.
Queridos
hermanos:
Entre
las experiencias más fuertes de las últimas décadas está la de encontrar
puertas cerradas. La creciente inseguridad fue llevando, poco a poco, a trabar
puertas, poner medios de vigilancia, cámaras de seguridad, desconfiar del
extraño que llama a nuestra puerta. Sin embargo, todavía en algunos pueblos hay
puertas que están abiertas. La puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy.
Es algo más que un simple dato sociológico; es una realidad existencial que va
marcando un estilo de vida, un modo de pararse frente a la realidad, frente a
los otros, frente al futuro. La puerta cerrada de mi casa, que es el lugar de
mi intimidad, de mis sueños, mis esperanzas y sufrimientos así como de mis
alegrías, está cerrada para los otros. Y no se trata sólo de mi casa material,
es también el recinto de mi vida, mi corazón.
Son
cada vez menos los que pueden atravesar ese umbral. La seguridad de unas
puertas blindadas custodia la inseguridad de una vida que se hace más frágil y
menos permeable a las riquezas de la vida y del amor de los demás.
La
imagen de una puerta abierta ha sido siempre el símbolo de luz, amistad,
alegría, libertad, confianza. ¡Cuánto necesitamos recuperarlas! La puerta
cerrada nos daña, nos anquilosa, nos separa.
Iniciamos
el Año de la fe y paradójicamente la imagen que propone el Papa es la de la puerta,
una puerta que hay que cruzar para poder encontrar lo que tanto nos falta. La
Iglesia, a través de la voz y el corazón de Pastor de Benedicto XVI, nos invita
a cruzar el umbral, a dar un paso de decisión interna y libre: animarnos a
entrar a una nueva vida.
La
puerta de la fe nos remite a los Hechos de los Apóstoles: “Al llegar, reunieron
a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo
había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (Hechos 14,27). Dios siempre
toma la iniciativa y no quiere que nadie quede excluido.
Dios
llama a la puerta de nuestros corazones: Mira, estoy a la puerta y llamo, si
alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en su casa y cenaré con él, y él
conmigo (Ap. 3, 20). La fe es una gracia, un regalo de Dios. “La fe sólo crece
y se fortalece creyendo; en un abandono continuo en las manos de un amor que se
experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios”
Atravesar
esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida mientras avanzamos
delante de tantas puertas que hoy en día se nos abren, muchas de ellas puertas
falsas, puertas que invitan de manera muy atractiva pero mentirosa a tomar
camino, que prometen una felicidad vacía, narcisista y con fecha de
vencimiento; puertas que nos llevan a encrucijadas en las que, cualquiera sea
la opción que sigamos, provocarán a corto o largo plazo angustia y
desconcierto, puertas autorreferenciales que se agotan en sí mismas y sin
garantía de futuro. Mientras las puertas de las casas están cerradas, las
puertas de los shoppings están siempre abiertas. Se atraviesa la puerta de la
fe, se cruza ese umbral, cuando la Palabra de Dios es anunciada y el corazón se
deja plasmar por la gracia que transforma. Una gracia que lleva un nombre concreto,
y ese nombre es Jesús. Jesús es la puerta. (Juan 10:9) “Él, y Él solo, es, y
siempre será, la puerta.
Nadie
va al Padre sino por Él. (Jn. 14.6)” Si no hay Cristo, no hay camino a Dios.
Como puerta nos abre el camino a Dios y como Buen Pastor es el Único que cuida
de nosotros al costo de su propia vida.
Jesús
es la puerta y llama a nuestra puerta para que lo dejemos atravesar el umbral
de nuestra vida. No tengan miedo… abran de par en par las puertas a Cristo nos
decía el Beato Juan Pablo II al inicio de su pontificado. Abrir las puertas del
corazón como lo hicieron los discípulos de Emaús, pidiéndole que se quede con
nosotros para que podamos traspasar las puertas de la fe y el mismo Señor nos
lleve a comprender las razones por las que se cree, para después salir a
anunciarlo. La fe supone decidirse a estar con el Señor para vivir con él y
compartirlo con los hermanos.
Damos
gracias a Dios por esta oportunidad de valorar nuestra vida de hijos de Dios,
por este camino de fe que empezó en nuestra vida con las aguas del bautismo, el
inagotable y fecundo rocío que nos hace hijos de Dios y miembros hermanos enla
Iglesia. Lameta, el destino o fin es el encuentro con Dios con quien ya hemos
entrado en comunión y que quiere restaurarnos, purificarnos, elevarnos, santificarnos,
y darnos la felicidad que anhela nuestro corazón.
Queremos
dar gracias a Dios porque sembró en el corazón de nuestra Iglesia
Arquidiocesana el deseo de contagiar y dar a manos abiertas este don del
Bautismo. Este es el fruto de un largo camino iniciado con la pregunta ¿Cómo
ser Iglesia en Buenos Aires? transitado por el camino del Estado de Asamblea
para enraizarse en el Estado de Misión como opción pastoral permanente.
Iniciar
este año de la fe es una nueva llamada a ahondar en nuestra vida esa fe
recibida. Profesar la fe con la boca implica vivirla en el corazón y mostrarla
con las obras: un testimonio y un compromiso público. El discípulo de Cristo,
hijo de la Iglesia, no puede pensar nunca que creer es un hecho privado.
Desafío importante y fuerte para cada día, persuadidos de que el que comenzó en
ustedes la buena obra la perfeccionará hasta el día, de Jesucristo. (Fil.1:6)
Mirando nuestra realidad, como discípulos misioneros, nos preguntamos: ¿a qué
nos desafía cruzar el umbral de la fe?
Cruzar
el umbral de la fe nos desafía a descubrir que si bien hoy parece que reina la
muerte en sus variadas formas y que la historia se rige por la ley del más
fuerte o astuto y si el odio y la ambición funcionan como motores de tantas
luchas humanas, también estamos absolutamente convencidos de que esa triste
realidad puede cambiar y debe cambiar, decididamente porque “si Dios está con
nosotros ¿quién podrá contra nosotros? (Rom. 8:31,37)
Cruzar
el umbral de la fe supone no sentir vergüenza de tener un corazón de niño que,
porque todavía cree en los imposibles, puede vivir en la esperanza: lo único
capaz de dar sentido y transformar la historia. Es pedir sin cesar, orar sin
desfallecer y adorar para que se nos transfigure la mirada.
Cruzar
el umbral de la fe nos lleva a implorar para cada uno “los mismos sentimientos
de Cristo Jesús” (Flp.2, 5) experimentando así una manera nueva de pensar, de
comunicarnos, de mirarnos, de respetarnos, de estar en familia, de plantearnos
el futuro, de vivir el amor, y la vocación.
Cruzar
el umbral de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente
en la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es
acompañar el constante movimiento de la vida y de la historia sin caer en el
derrotismo paralizante de que todo tiempo pasado fue mejor; es urgencia por
pensar de nuevo, aportar de nuevo, crear de nuevo, amasando la vida con “la
nueva levadura de la justicia y la santidad”. (1 Cor 5:8)
Cruzar
el umbral de la fe implica tener ojos de asombro y un corazón no perezosamente
acostumbrado, capaz de reconocer que cada vez que una mujer da a luz se sigue
apostando a la vida y al futuro, que cuando cuidamos la inocencia de los chicos
garantizamos la verdad de un mañana y cuando mimamos la vida entregada de un
anciano hacemos un acto de justicia y acariciamos nuestras raíces.
Cruzar
el umbral de la fe es el trabajo vivido con dignidad y vocación de servicio,
con la abnegación del que vuelve una y otra vez a empezar sin aflojarle a la
vida, como si todo lo ya hecho fuera sólo un paso en el camino hacia el reino,
plenitud de vida. Es la silenciosa espera después de la siembra cotidiana,
contemplar el fruto recogido dando gracias al Señor porque es bueno y pidiendo
que no abandone la obra de sus manos. (Sal 137)
Cruzar
el umbral de la fe exige luchar por la libertad y la convivencia aunque el
entorno claudique, en la certeza de que el Señor nos pide practicar el derecho,
amar la bondad, y caminar humildemente con nuestro Dios. (Miqueas 6:8).
Cruzar
el umbral de la fe entraña la permanente conversión de nuestras actitudes, los
modos y los tonos con los que vivimos; reformular y no emparchar o barnizar,
dar la nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y
su evangelio de vida, animarnos a hacer algo inédito por la sociedad y por la
Iglesia; porque “El que está en Cristo es una nueva criatura”.
(2
Cor 5,17-21).
Cruzar
el umbral de la fe nos lleva a perdonar y saber arrancar una sonrisa, es
acercarse a todo aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su
nombre, es cuidar las fragilidades de los más débiles y sostener sus rodillas
vacilantes con la certeza de que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros
hermanos al mismo Jesús lo estamos haciendo. (Mt. 25, 40).
Cruzar
el umbral de la fe supone celebrar la vida, dejarnos transformar porque nos
hemos hecho uno con Jesús en la mesa de la eucaristía celebrada en comunidad, y
de allí estar con las manos y el corazón ocupados trabajando en el gran
proyecto del Reino: todo lo demás nos será dado por añadidura. (Mt. 6.33)
Cruzar
el umbral de la fe es vivir en el espíritu del Concilio y de Aparecida, Iglesia
de puertas abiertas no sólo para recibir sino fundamentalmente para salir y
llenar de evangelio la calle y la vida de los hombres de nuestros tiempo.
Cruzar
el umbral de la fe para nuestra Iglesia Arquidiocesana, supone sentirnos
confirmados en la Misión de ser una Iglesia que vive, reza y trabaja en clave
misionera.
Cruzar
el umbral de la fe es, en definitiva, aceptar la novedad de la vida del
Resucitado en nuestra pobre carne para hacerla signo de la vida nueva.
Meditando
todas estas cosas miremos a María, Que Ella, la Virgen Madre, nos acompañe en
este cruzar el umbral de la fe y traiga sobre nuestra Iglesia en Buenos Aires
el Espíritu Santo, como en Nazaret, para que igual que ella adoremos al Señor y
salgamos a anunciar las maravillas que ha hecho en nosotros.
Fiesta
de Santa Teresita del Niño Jesús
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.
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Carta de la hermana
General de la Compañía de María, Beatriz Acosta Mesa odn, enviada a las
comunidades de la Argentina en ocasión de nombramiento de Su Santidad
Francisco.
Roma, 14 de marzo de 2013
A las comunidades de Comunidades de Argentina
En esta fecha significativa, en la que inicia su servicio a la Iglesia universal el nuevo Papa, Card. Jorge Mario Bergoglio, sj, argentino, las hemos tenido presentes de manera especial. Acontecimientos inesperados, que entrañan expectativas y también esperanza, nos abren a la certeza de que el Señor de la vida actúa más allá de nuestros razonamientos, de que con sus manos, llenas de misericordia y compasión, conduce la historia y a su Iglesia.
Los signos de sencillez y sobriedad manifestados por el Papa Francisco en
su primer saludo al pueblo de Roma, son manifestación de un horizonte que se
abre.
Unidas en la oración por sus intenciones, por el pueblo argentino, y por
toda la Iglesia universal.
Un fuerte abrazo a cada una.
Beatriz Acosta Mesa odn
y Equipo General
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